Quien viaja
en las camioneticas de Caracas cada día se encuentra a
vendedores que ofrecen lápices, libretas, chocolates y otros dulces casi invariablemente a nombre de una asociación que se esfuerza por ayudar a jóvenes drogadictos. Una que otra vez, los vendedores se atreven a confesar motivos absolutamente personales.
Pero también se ha puesto de moda que el medio de transporte público se convierta en espacio para lanzar demandas ante problemas de salud, y de esa manera acopiar dinero para una medicina, un equipo quirúrgico o para la propia operación. Hasta hace poco había sido testigo del discurso de
hombres y mujeres con tensión alta, deficiencias visuales, madres de niñas con labios leporinos, y hasta un hombre que sin desparpajo hizo una doble solicitud: por su rótula y una hernia inguinal, que tuvo a bien mostrarnos.
Aun cuando me harta tanta pedidera, entiendo la lógica que subyace: los autores ven en esa estrategia la manera más rápida de solventar sus tristes situaciones.
Pero hace unos pocos días una mujer de unos 40 años, rompió la monotonía de la limosna de la camionetita, cuando bien vestida y maquillada, con una belleza propia de su edad, interrumpió con un "buenas tardes señores pasajeros". "Quisiera pedirles su atención por un momento", dijo mientras trataba de cubrir a todos con su mirada.
"Yo soy una madre divorciada y con tres hijos, que cuenta con un pequeño negocio que permite pagar la deuda del apartamento, el colegio de los muchachos, su alimentación y una o dos salidas al centro comercial al mes.
Lo que ganó no me permite otros gastos, mucho menos ahorrar".
"Y se preguntarán", continuó, "¿en qué podemos ayudar a esta mujer?
Pues sucede que estoy teniendo un grave problema de autoestima que está afectando notablemente mi desempeño profesional y mi capacidad de conocer gente y -por supuesto- tener un amante".
"A cada uno de mis hijos los amamanté diligentemente por más de seis meses. En cada oportunidad mis senos brindaron toda la leche necesaria y adquirieron notables volúmenes. Pero una vez finalizado el ciclo, ellos dejaron de ser los senos que tan orgullosa lucía antes de mi primer embarazo. Cada día cuando me los encuentro en el espejo me sorprendo de lo feo que están, y por ello siento miedo en mostrarme desnuda ante un hombre.
"Desde hace ya dos años -cuando se inició mi divorcio- no he vuelto a tener sexo".
"Por eso quisiera solicitarle su colaboración para pagar la operación que me lleve a colocarme unas buenas tetas de 300 c.c. de siliconas, que me hagan lucir más joven, más bella, más apetecible para los hombres y me permitan reinventar las noches de placer".
Todo eso lo dijo con voz firme y un demostrado optimismo, antes de dar una estocada sorprendente a quienes la mirábamos atentos: "¡esto es lo que quiero cambiar!", y acto seguido abrió su camisa e hizo aparecer unos senos planchaos, caídos y desproporcionados; unas tetas horrorosas.
Hombres y mujeres sacaron sus carteras
Yo puse 20 mil bolos. (De los viejos)
vendedores que ofrecen lápices, libretas, chocolates y otros dulces casi invariablemente a nombre de una asociación que se esfuerza por ayudar a jóvenes drogadictos. Una que otra vez, los vendedores se atreven a confesar motivos absolutamente personales.
Pero también se ha puesto de moda que el medio de transporte público se convierta en espacio para lanzar demandas ante problemas de salud, y de esa manera acopiar dinero para una medicina, un equipo quirúrgico o para la propia operación. Hasta hace poco había sido testigo del discurso de
hombres y mujeres con tensión alta, deficiencias visuales, madres de niñas con labios leporinos, y hasta un hombre que sin desparpajo hizo una doble solicitud: por su rótula y una hernia inguinal, que tuvo a bien mostrarnos.
Aun cuando me harta tanta pedidera, entiendo la lógica que subyace: los autores ven en esa estrategia la manera más rápida de solventar sus tristes situaciones.
Pero hace unos pocos días una mujer de unos 40 años, rompió la monotonía de la limosna de la camionetita, cuando bien vestida y maquillada, con una belleza propia de su edad, interrumpió con un "buenas tardes señores pasajeros". "Quisiera pedirles su atención por un momento", dijo mientras trataba de cubrir a todos con su mirada.
"Yo soy una madre divorciada y con tres hijos, que cuenta con un pequeño negocio que permite pagar la deuda del apartamento, el colegio de los muchachos, su alimentación y una o dos salidas al centro comercial al mes.
Lo que ganó no me permite otros gastos, mucho menos ahorrar".
"Y se preguntarán", continuó, "¿en qué podemos ayudar a esta mujer?
Pues sucede que estoy teniendo un grave problema de autoestima que está afectando notablemente mi desempeño profesional y mi capacidad de conocer gente y -por supuesto- tener un amante".
"A cada uno de mis hijos los amamanté diligentemente por más de seis meses. En cada oportunidad mis senos brindaron toda la leche necesaria y adquirieron notables volúmenes. Pero una vez finalizado el ciclo, ellos dejaron de ser los senos que tan orgullosa lucía antes de mi primer embarazo. Cada día cuando me los encuentro en el espejo me sorprendo de lo feo que están, y por ello siento miedo en mostrarme desnuda ante un hombre.
"Desde hace ya dos años -cuando se inició mi divorcio- no he vuelto a tener sexo".
"Por eso quisiera solicitarle su colaboración para pagar la operación que me lleve a colocarme unas buenas tetas de 300 c.c. de siliconas, que me hagan lucir más joven, más bella, más apetecible para los hombres y me permitan reinventar las noches de placer".
Todo eso lo dijo con voz firme y un demostrado optimismo, antes de dar una estocada sorprendente a quienes la mirábamos atentos: "¡esto es lo que quiero cambiar!", y acto seguido abrió su camisa e hizo aparecer unos senos planchaos, caídos y desproporcionados; unas tetas horrorosas.
Hombres y mujeres sacaron sus carteras
Yo puse 20 mil bolos. (De los viejos)
@Vincent7Vega
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